«La sombra del comandante», de Daniela Völker.

Por Carla Leonardi.

Lo que tienen como punto de contacto La sombra del comandante (Daniela Volker, 2024) y La zona de interés (Jonathan Glazer, 2023) no es sólo la figura de quien fuera el comandante de Auschwitz, Rudolf Hoss (uno de los mayores asesinos en masa de la historia); sino que ambas, la segunda desde la ficción, la primera con las convenciones del documental; proponen un revisionismo histórico sin dejar de pensar qué de aquello del pasado sigue vigente en el presente. 

La sombra del comandante comienza en el desierto de Medio Oriente, allí Hans-Jurgen transmite a su hijo (Kai Hoss) que por allí estuvo su padre, Rudolf Hoss, cuando combatió en Palestina durante la 1ra Guerra Mundial. 

El documental desde lo formal trabaja con el montaje de imágenes fotográficas (de Hoss y  de su esposa Brigitte cuando fueron detenidos), de fragmentos audiovisuales del juicio de Nuremberg donde Hoss confiesa sus crímenes, con testimonios del hijo y nieto del mismo, y con lecturas en voz en off de fragmentos de «Yo, comandante de Auschwitz«, (Rudolf Hoss, 1956); para así reconstruir la figura de quien fue el ideólogo del campo de concentración más grande del nazismo y el ejecutor de la llamada «solución final» al problema de los judíos, al llevar a cabo la construcción de las cámaras de gas y los crematorios de funcionamiento continuo. El documental muestra muy bien eso que también se presenta en la ficción de Glazer, y que Hannah Arendt llamó la «banalidad del mal»,  es decir, el hecho de que Hoss no era un monstruo sino un burócrata, un engranaje de la maquinaria totalitaria, que simplemente cumplía órdenes de las que estaba plenamente convencido. Esta frialdad quirúrgica, en personalidades de tipo narcisista; puede perfectamente escindirse de la esfera de la vida familiar, donde se puede ser un buen esposo y un padre afable. 

La novedad que propone el documental es el contrapunto y el encuentro de los dos puntos de vista de este horror de la historia, ya que cuenta también con el testimonio de una sobreviviente de Auschwitz y de su hija. Anita Lasker sobrevivió al incorporarse como chelista en la banda que tocaba en la previa y durante los asesinatos en la cámara de gas y, tras recuperar su libertad, se radicó en Londres. Su silencio sobre sus vivencias del horror y el naturalizarse como ciudadana británica fueron los modos que encontró para dejar atrás ese pasado donde la crueldad se manifiesta en el extremo de lo indecible. Es su hija Maya, experimentando el malestar de la distancia y la frialdad maternas durante su niñez y el sentimiento de no ser de aquí ni ser de allá, quien vuelve hacia ese pasado y abre las compuertas a ponerlo en palabras, para poder sanar. 

Por otro el lado, es Kai, nieto de Hoss, hoy devenido en pastor evangélico, quien confronta a su padre con los recuerdos del pasado y con la lectura de la autobiografía de su abuelo (que escribió mientras estuvo en prisión en un intento de mejorar su imagen ante el jurado). En Hans Jurgen seguía vigente la imagen de un padre idealizado, que había criado a sus hijos con ternura y el idilio de una infancia feliz (tal como lo muestra La zona de interés), sin recuerdos del olor de las columnas de humo de los hornos crematorios o de situaciones de violencia que provinieran del otro lado del muro de la casa en la que vivían. La represión de recuerdos de los restos de lo visto y lo oído del horror en la infancia, bien puede ser un mecanismo que empleó para poder seguir con su vida. Pero la bella imagen se hace añicos  para él cuando lee la autobiografía de su padre y toma contacto con su confesión de ver, como si fuese un espectador externo, cómo madres y niños eran llevados a las cámaras de gas. La admisión de que el padre idealizado de la infancia puede convivir con «el monstruo» de Auschwitz, es lo que le permite viajar hacia el memorial que hoy hay allí, conocer personalmente a Anita y Maya,  y pedirles perdón. 

Distinta es la posición de su hermana Inge, radicada en EEUU, que sigue viendo a Hoss como un buen padre y niega tajantemente que haya sido un asesino de judíos. Y el documental deja entrever cómo es precisamente este negacionismo; el que le retorna en ese cáncer que la acecha en el invierno de la vejez de su vida. 

Lo que mueve a los hijos descendientes de un lado y del otro del muro a indagar en el pasado, a buscar respuestas y a recuperar la palabra, a diferencia de la generación de sus padres, es el sentimiento inconsciente de culpa (que se vive como necesidad de castigo), que se transmite de generación en generación. Se trata de la culpa por las atrocidades del abuelo en el caso de Kai y la culpa del sobreviviente del lado de Maya. Y es poder ponerlo en palabras lo que les permite tramitarlo y trascenderlo. Porque se trata de saber que hacer con eso que nos legaron de otro modo, de ahí el oficio de pastor de Kai y el activismo antisemitista de Maya. 

El valor del documental de Daniela Völker no reside simplemente en la memoria, sino en que nos muestra las respuestas que cada uno de los involucrados ha podido producir con lo que retorna del funesto y ominoso pasado, con esa sombra a la que hace referencia el título de la película.  Así algunas siguen ligadas a la muerte, mientras que otras se alinean a la dignidad de la vida. Al mismo tiempo, plantea la necesidad de seguir hablando de lo que aconteció, no sólo para no enfermar, sino porque el antisemitismo tiene sus rebrotes en el presente. Esta dimensión abre entonces la pregunta por este retorno de los nacionalismos en el mundo contemporáneo globalizado que tiende a borrar las diferencias, las marcas identitarias ancladas en las tradiciones locales. 

Calificación: Buena.

Puntuación: 3.5 de 5.
El público podrá ver esta historia en Atlas Patio Bullrich, Cinemark Palermo, Cinépolis (Recoleta y Plaza Houssay), Hoyts Abasto, Cinema Devoto Shop, Multiplex Belgrano, Cinema Paradiso (La Plata) y Cines del Centro (Rosario).


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