Valor sentimental: Una casa que pesa.
Por Carla Leonardi.
Un director de cine de autor en sus setentas regresa a la que fuera la casa familiar tras el fallecimiento de su ex-esposa Sissel y se reencuentra, luego de muchos años y habiendo residido en Suecia, con sus dos hijas: Nora (Renate Reinsve), la mayor, actriz de teatro, y Agnes (Inga Lilleaas), historiadora.
La estadía de Gustav Borg (Stellan Skarsgard) no tiene como objetivo ocuparse solamente del destino de la casa, que le pertenece por herencia familiar, sino filmar una nueva película. Él ha pensado el guion para que lo interprete su hija Nora, pero ésta rechaza el papel. A la vez, Gustav ha pensado en su nieto Erik para el papel del hijo, pero Agnes no quiere exponerlo a lo que ella vivió siendo niña como actriz en una de sus películas: ser el centro de su vida durante el rodaje para luego desaparecer. Tras la lectura del guion, que le parece muy bueno y hermoso, Agnes se decide visitar a su hermana Nora en un momento de aislamiento y bajón emocional. La lectura de un párrafo crucial del guion revela un conocimiento del padre de sus accesos de melancolía, producto de sentirse sola, y un insospechado gesto de amor que conduce a Nora a tomar el papel.

Esta introducción es la fábula que narra de qué trata Valor sentimental (Sentimental Value, 2025), último largometraje del realizador noruego Joaquim Trier, que tuvo su estreno en el último Festival de Cine de Cannes, donde resultó ganadora del Grand Prix. Es un drama realista intimista, de clara influencia del cine de Bergman en cuanto a la teatralidad con que está abordada y a la pregunta por la ética del cine, a la cual Trier le aporta un estilo formal contemporáneo con quiebres del realismo de sentido poético (aquí hace uso de breves cortes de abstracción teatral), y una narrativa soportada por la voz en off de un narrador omnisciente que repone información sobre el pasado de la familia Borg.
La casa se revela entonces como un personaje más, pero fundamental: transitando tres temporalidades, la de la juventud de la madre de Gustav y su infancia en los años 40 y 50, la de la infancia de Nora y Agnes en los años 80, y la de la actualidad, reconvertida en set de filmación. Y en este punto es clave la estética que asume la casa conforme pasan los años, acompañando el derrotero emocional de la familia. El predominio de lo oscuro al interior, marca el clima de época pasada, el rojo de la fachada exterior, da cuenta de los años de infancia de Nora y Agnes. En cambio, el blanco más impersonal, con muebles de estilo contemporáneo, representa a la casa en la actualidad. Lo que el relato de Trier deja entrever a través de lo no dicho, pero sugerido, es el peso que adquiere la casa para cada uno de los miembros de la familia. Y he ahí uno de los sentidos del título, la casa y sus objetos se cargan de un valor sentimental, son memoria del pasado que ya no está, pero al mismo tiempo, duelen.

El valor sentimental se juega también en referencia al cine mismo. Gustav carga con el peso de su filmografía pasada, que lo hizo prestigioso, pero a la vez dañó a su familia. Esta última película es un intento de redimirse, de dejar una última huella en el mundo. Cómo continuar un legado sin repetirse, pero a la vez sin traicionarse, es el problema que enfrenta. Al no conseguir financiación, Gustav negocia con Netflix, lo cual supone renunciar a la lengua materna para pasar a realizar la versión en el inglés más universal que habla Rachel, una joven estrella (Elle Fanning), y al mismo tiempo, trabajar con un equipo que tampoco es local ni familiar, como aquel que lo ha acompañado en toda su filmografía. Se trata allí de la diferencia entre el cine como mercancía de entretenimiento para el mercado global, sin identidad, en contraposición a un cine autoral, que conserva las marcas de estilo personal del autor, como de la tradición en la que se inscribe.
Por otro lado, los estados desesperados de melancólica soledad de Nora descienden también de allí, de la debacle en que entra la familia cuando el padre deja la casa y Nora queda sola, a cargo de una madre afectada por la separación y de su hermana menor, de quien cuidar. La actuación a la que pone tanta dedicación es para Nora un modo de distanciarse del dolor, de sí misma, interpretando las vidas de otros.
El aura melancólica que porta la casa evoca al cuento de Poe, La caída de la casa Usher, referencia que suscita el dato de la narración de infancia de Nora de una grieta estructural en la casa, que data desde su construcción y que la deja al borde del colapso, de derrumbarse lentamente sobre sí misma.

Las referencias intertextuales al teatro a través de las obras que va interpretando Nora como La gaviota de Chejov o Hamlet de Shakespeare, acompañan con acierto el tema de la familia en crisis. Incluso el nombre de Nora, hace aquí eco con la Nora de Ibsen en Casa de muñecas. Gustav pesa como padre por su frio distanciamiento, pero también como creador que hace arte con la propia historia familiar. Y aquí introduce Trier la pregunta bergmaniana por la dimensión ética del arte, en cuanto el precio de sostener el genio creador, en relación al daño que ocasiona a su alrededor.
La paleta de colores de predominio fríos y apagados, marcando el distanciamiento afectivo de los miembros de esta familia es otra marca de la puesta en escena relevante. Mientras que un color estridente como el rojo, aparece en Nora cuando surge en ella la dimensión del deseo, del lazo a un otro, en la escena del lago donde busca acercarse a su compañero de teatro Jakob.

En este contexto, el cine como arte, en manos de la película que filma Gustav al final, se revela como una manera de tramitar el trauma del pasado, modificando el signo trágico al convertirlo en una ficción, y, al mismo tiempo, se presenta como una manera indirecta en que un padre puede demostrar amor por su hija. La grieta es incurable pero acaso se pueda hacer algo con ella, narrar el dolor que genera, acercar posiciones encontradas. Se trata de una distancia aparente, que en verdad los acerca, y que el director deja saber mediante el efecto de la fusión entre los rostros, clara referencia a Persona de Bergman.
El realizador noruego toma la herencia bergmaniana, pero no la copia de manera solemne, sino que le agrega su propio tono que está presente en los pequeños pasos de comedia, en el uso de una narrativa más contemporánea y en su preocupación personal por la identidad y cómo seguir viviendo cuando el pasado pesa tanto.
Sentimental value es una película sobre el peso del pasado y el dolor de existir. Construida con sobriedad, elegancia y sutileza, y muy bien acompañada por las contenidas y sentidas interpretaciones de Stellan Skarsgard y Renate Reinsve. El de Joaquim Trier es un cine existencialista y nostálgico, pero no es nihilista porque nos revela que en definitiva la vida es el artificio que nos construimos para seguir viviendo y habitando la escena del mundo, en contra del destino trágico.

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