Por Claudia Ferradas (Ig @clauferradas – Tw @claudiaferradas)
La calle Corrientes es una fiesta… y no nos referimos a su nuevo diseño semi-peatonal: Rubén Szuchmacher ha retornado al teatro General San Martín después de 15 años, nada menos que con Hamlet, y la enorme sala Martín Coronado se llena noche a noche de espectadores ávidos.
La gran obra de Shakespeare se desarrolla en un escenario de dimensiones monumentales que presenta un gran desafío a los actores, cuyas voces deben proyectarse sin amplificación. En una escenografía de imponentes espacios de decoración minimalista y colores sobrios en la que la profundidad de campo permite jugar con diversos planos, el Hamlet encarnado por Joaquín Furriel se nos presenta vulnerable y profundamente solo desde su primera aparición en escena. Apartado de la gran mesa donde se toman decisiones importantes para el futuro del reino, Hamlet tiene la mirada perdida y todo su lenguaje corporal lo separa de la realidad que lo circunda. De ahí en más, sus soliloquios marcarán su impotencia, su agobio, su incapacidad de desenmarañar las causas de su inacción.

En una alternancia casi rítmica entre los parlamentos reflexivos (por momentos desapasionados) y la fluidez de su interacción con los demás personajes, Furriel despliega un Hamlet contradictorio y creíble, tan duramente atravesado por las circunstancias que nos gustaría abrazarlo. En esta puesta ambientada en los años 20, acompaña a Furriel un elenco experimentado en el que se destaca Claudio Da Passano, que compone un Polonio original y memorable que provoca aplausos a telón abierto.
La puesta resalta los guiños metatextuales con los que Shakespeare anticipó el teatro contemporáneo. La obra dentro de la obra por medio de la cual Hamlet pone a prueba a su tío se representa en un escenario que se revela al fondo del espacio escénico. Su diseño reproduce al detalle el del escenario donde transcurre el resto de la acción, en un juego especular que parece repetir la relación teatro – espectadores al infinito.
Por su parte, el fantasma del rey Hamlet, que podría haber sido una sombra, una voz en off o cualquier efecto especial a los que la tecnología nos tiene acostumbrados, aparece y desaparece sobre una suerte de columpio, sostenido por un arnés que no se oculta y con movimientos casi de marioneta. Nada que procure un realismo cinemático –se revela el artificio teatral, remitiendo a los recursos del teatro isabelino, desenmascarando la teatralidad, al igual que en la escena de esgrima y las muertes con las que concluye la obra.
Sin lugar a dudas una de los más grandes aciertos de esta puesta es la traducción de Lautaro Vilo, y la adaptación que ha realizado conjuntamente con Szuchmacher. El texto logra un difícil equilibrio entre lo coloquial y la complejidad del emblemático texto Shakespeareano, acerca la obra al público con una naturalidad admirable sin perder la profundidad y el vuelo poético del original. El resultado es una trama que fluye sin distracciones durante las tres horas de demandante función, a pesar de que los dos breves intervalos detienen la tensión dramática y algunos espectadores parecen desear un único intervalo más prolongado, al estilo de las puestas británicas, que permita una pausa más efectiva.
En una sala de tan grandes dimensiones, la gestualidad de los actores es imperceptible para la mayoría de los espectadores. La distancia entre los actores y el público dificulta la creación del clima intimista asociado con los soliloquios. Rompiendo con tradiciones escénicas, Furriel pronuncia su “ser o no ser” de pie (al menos en la función que vimos) y lo hace en el proscenio, con una fuerte luz que lo enceguece. Queda expuesto, a la vista de todos, como en un interrogatorio policial o un posteo en las redes, más vulnerable que nunca. Empatizamos a la vez con el personaje y con el actor.
Puede ser que Ofelia no sea la que imaginamos, que Claudio no sea el rey que vimos en otras versiones, que Gertrudis no reaccione como suponíamos… Cada Hamlet es nuevo y único, una propuesta de director y actores que se inscribe en la historia del teatro. Pero de algún modo nos reconocemos en Hamlet: nuestra procrastinación, nuestra vulnerabilidad y nuestra angustia están en el escenario. El Hamlet de Szuchmacher rinde homenaje al clásico pero se apropia de él con un tono que lo hace accesible en toda su relevancia. En el descreimiento sin grandilocuencia con que Furriel enuncia las palabras “muero, Horacio” se resume el estupor ante los acontecimientos que se desencadenan fuera de nuestro control, una capacidad de asombro que renueva nuestra relación con el destino y la búsqueda de sentido hasta que lo que quede solo sea silencio.
Opinión: Muy buena.
Ficha técnica
Autor: William Shakespeare
Traducción: Lautaro Vilo
Versión: Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo
Elenco
Joaquín Furriel, Luis Ziembrowski, Belén Blanco, Marcelo Subiotto, Claudio Da Passano, Eugenia Alonso, Agustín Rittano, Germán Rodríguez, Mauricio Minetti, Pablo Palavecino, Agustín Vásquez, Lalo Rotaveria,Marcos Ferrante, Fernando Sayago,
Nicolás Balcone, Francisco Benvenuti
Músico: Matías Corno
Coordinación de producción: Gustavo Schraier, Julieta Sirvén
Producción técnica: Isabel Gual
Asistencia de dirección: Julián Castro, Ana María Converti, Mauro Oteiza
Apuntadora CTBA: Catalina Rivero
Asistencia de escenografía y vestuario: Luciana Uzal
Asistencia artística: Pehuén Gutiérrez
Maestro de esgrima: Andrés D´Adamo
Música original, dirección musical y diseño sonoro: Bárbara Togander
Iluminación: Gonzalo Córdova
Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari
Dirección: Rubén Szuchmacher
Datos de interés
Duración (aproximada): 180 minutos. Incluye dos breves intervalos.
Platea: $280. Pullman: $210.Día popular (miércoles y jueves): $140.
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