Yo, Fedra, de Analía Fedra García.

Por Carla Leonardi.

¿Una mujer loca o el invento digno de la risa alocada que encuentra una mujer?

Parafraseando a Ítalo Calvino en ¿Por qué leer a los clásicos?, uno podría también decir ¿Por qué representar un clásico en la escena teatral? Pues precisamente porque todavía tienen algo para decirnos en el presente. Esto lo saben muy bien Analía Fedra García e Ingrid Pelicori, como colaboradora, respecto de su puesta en escena de Fedra, personaje cuyos ecos nos llegan desde lejos en el tiempo a través de las tragedias de Eurípides (428 a. c.) y de Racine (1677), entre otras versiones.

En este unipersonal interpretado por la prodigiosa actriz Ingrid Pelicori, Fedra se desdobla en narradora de su historia, contextuando los episodios y refiriéndose a Fedra en tercera persona y, también, en la primera persona de la propia Fedra encarnado sus tórridas pasiones.

Lo que inquieta a Fedra, en el comienzo, deambulando por el jardín de la mansión que comparte con su esposo Teseo, sin comer durante varios días e insomne, no es la nueva desaparición de éste con alguna de sus amantes, sino la novedad del ardor que quema como el fuego de helios en el interior de su cuerpo y que tiene como destinatario a Hipólito, su hijastro, fruto del primer matrimonio de su esposo. Hipólito es un joven puro y casto, a quien no le interesan los semblantes el poder; sino la vida sencilla en la naturaleza y la poesía.

Confinada al lugar de esposa y madre, Fedra es una mujer apagada, estéril, desangelada, mortificada y momificada por los mandatos de deber ser social (acá la vestimenta de color azul y negro trasmiten este efecto); pero recupera un goce vivificante a través de su deseo y amor por Hipólito, que la atormenta en principio, porque sabe que se trata de un amor prohibido por la moral social cultural de la época. El desdoblamiento entre la esposa y madre, es decir, la muñeca; juguete fálico de dominio viril, destinado a infatuar el narcisismo del esposo, y el goce femenino, arrebato al cuerpo, que goza de las palabras de amor de un hombre (esos versos y cartas que le dirige Hipólito y que va esparciendo y escondiendo por diversos rincones de la casa para deleite de Fedra); está muy claramente situado e interpretado en la obra, a través de los contoneos y expresiones el cuerpo de Pelicori, que se marchita o florece, según que posición adopte.

El drama se desata a partir de que Fedra no puede contener su desenfrenada e ilimitada pasión hacia Hipólito, en ese amor fusión que aspira a hacer del dos un uno infinito, y cuando Teseo (en principio dado por muerto), regresa al hogar y descubre una de las cartas en que constata la infidelidad de Fedra. Atosigada y acorralada por el arranque de furia violenta de Teseo, Fedra confiesa el nombre de su amante. A lo que Teseo, expulsa a su hijo del hogar y maldice a Fedra, que intenta en vano detener la huida de su amor. En su intranquila fuga, Hipólito termina estrellando su auto contra las rocas y muriendo. El dolor de Fedra es inconmensurable y la deja nuevamente seca y vacía, lanzándose errabunda hacia la nada.

En la eliminación de elementos y seres mitológicos como el monstruo marino que mata a Hipólito, Analía García claramente traslada con sutileza la pieza teatral al momento presente, lo que hace de Fedra, una mujer de nuestros tiempos. De esta manera, palpamos a través de la reacción de Teseo como representante del orden moral, la vigencia con que se sigue culpabilizando la infidelidad de la mujer y más aún de la mujer madura respecto de un hombre más joven (aunque creamos que vivimos en tiempos de progresismo, se observa el regreso del oscurantismo de los valores tradicionales en el retorno de los neofascismos). He ahí que se la tilde de incestuosa o de puta, lo cual no tiene correspondencia cuando se trata de la infidelidad de un hombre y con una mujer más joven, lo que es aplaudido y celebrado por la cofradía de machos como acto que refuerza su virilidad. Y esta posición ideológica era la que asumían las versiones precedentes de Fedra, la culpabilización de la mujer.

La reversión de Analía Fedra García, cuyo título es Yo, Fedra, si bien hace eco en estas posiciones conservadoras que continúan vigentes en el presente, habilita a la protagonista un destino menos trágico y en cambio más digno. En su errático vagabundeo, Fedra atormentada por la conciencia de culpa que la sociedad dirige hacia ella, fantasea con suicidarse, un modo de pagar la culpa y fundirse en el infinito amor con Hipólito. Pero se detiene, porque descubre en la risa, esa que compartía durante los juegos de deseo con Hipólito, esa risa que toca el cuerpo y lo vivifica; una manera de que Hipólito, de que la singularidad de su amor, siga vivo en ella y a través de ella.

Freud dice que la pérdida del amor en la mujer es el equivalente a la angustia de castración en el varón, de ahí la melancolización de ellas al perder a su partenaire. En términos de la moral social cultural se tendería a calificar lo que le ocurre a Fedra como locura de amor o como locura por la pérdida del amor. Pero, ¿no será que es la propia moral social cultural la que empuja a Fedra hacia la búsqueda de una salida en la desmesura? ¿Y acaso no será que se trata de la risa alocada, como el refugio o el invento posible que encuentra una mujer para vivir un amor más digno?

Todas estas reflexiones no serían posibles sin la descomunal interpretación de Ingrid Pelicori, que recrea con la amorosa entrega de su cuerpo a la Fedra textual, dotándola de todos sus matices, que se acompañan con el radiante calor o la penumbra de la iluminación y con la música que la acompasa entre lo angélicamente ideal y lo gravemente solemne del pathos trágico. Su Fedra es la mujer apasionadamente enamorada, la mujer sumisa, la atormentada y violentada, la mujer vacía y doblegada, la loca y la risueña; es todas y es, sin embargo, ninguna. Su Fedra encarna por, sobre todo, un misterio; el abismo de una pregunta a la que no se le termina de poder encontrar respuesta y que continúa resonando en el cuerpo el espectador.

Calificación: Muy buena.

Puntuación: 4 de 5.

Ficha técnico/artística
Con 
Ingrid Pelicori
Diseño de luces: Marco Pastorino
Diseño de objetos: Pía Drugueri
Asesoramiento artístico: Laura Rovito
Música original: Miguel Angel Pesce
Cantantes en off: Carmen Almarza, Magdalena Dodds, Juliana Marcús, Liliana Scotto Lavinia.
Interpretación instrumental: Débora García
Colaboración dramatúrgica: Ingrid Pelicori
Asistencia de dirección: Tomás Scheifer
Producción: Cooperativa Griegas
Prensa: Natalia Bocca
Diseño gráfico: Laura Rovito
Dispositivo escenográfico, texto y dirección: Analía Fedra García
Agradecimientos: Sol Scheifer, Ricardo García, Juan Infante Camaño

Sala Raúl González Tuñón [1ºP]

Entrada: $10000 – Link


Descubre más desde OCIOPATAS.

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

Descubre más desde OCIOPATAS.

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo