«Felicitas o las niñas mudas» de Adriana Tursi, con dirección de Roberto Vallejos.
Por Carla Leonardi.
Tras una suerte de ventanal, una joven canta una canción dramática, a la vez que gira como esas figuras de una cajita musical.
Este comienzo de Felicitas o las niñas mudas, con dramaturgia de Adriana Tursi, ya nos dice varias cosas. En primer lugar, refleja el carácter de aparición fantasmal de la protagonista, ya que el monólogo de Felicitas se produce como una suerte de regreso desde el más allá o en el limbo de ensoñación entre la vida y la muerte, punto que también se apoya en la blancura de su vestido de novia, del mobiliario de época y de las cortinas. En segundo lugar, la canción marca el tono melodramático de la pequeña pieza, ya que Felicitas Guerrero fue una joven incomprendida por su familia y por la sociedad de su tiempo al querer vivir su amor con Samuel, por fuera de los mandatos paternos. Y por último, se cifra la repetición del carácter de muñeca, de mujer muda, que arrastran las mujeres de generación en generación acatando el destino que impone el patriarca, donde siempre la mujer es un bien de intercambio en el acuerdo económico entre familias de la alta sociedad.
En la previa a su casamiento, una Felicitas embriagada, llama a su confidente Albina para que la ayude, pero se encuentra sola en su tocador para terminar de prepararse. Ella presiente en la atmósfera una presencia, que entiende como la de Enrique, el pretendiente designado por su padre ante su prematura viudez, al que ha rechazado en favor de Samuel, que la conquistó con su caballerosa asistencia al encontrarse en apuros con su carruaje (antes se había tenido que casar con Alzaga, que tenía 50 años, llevándole una gran diferencia de edad). El movimiento de las cortinas y la disminución de la luz cifran en este punto el clima de la ominosa presencia que sembrará su triste desgracia: el primer femicidio registrado en Argentina.
En su monólogo, una muy compenetrada y convincente Agustina Peres en su desgarrado dolor de mujer, narra la historia de sus desventurados amores y relata la pesadilla que tuvo la noche previa a la boda, que se traduce en la ominosa huida frente al escarnio familiar y social, por osar vivir un amor en libertad, hasta la tragedia del disparo que recibió en su pecho de parte de Enrique Ocampo, acabando con su vida.

Felicitas, en rigor, puede decir su dolor de ser un pájaro enjaulado en la Buenos Aires de 1800, puede hablarnos desde el pasado porque está sola en el momento de la narración y porque está muerta en la realidad. Pero su sangre derramada, se ha vuelto tierra fértil para que las mujeres de hoy y de las futuras generaciones puedan alzar su voz contra el maltrato, las humillaciones o el acoso que sigue persistiendo en la cultura patriarcal.
La mujer muñeca, sometida a la voluntad del padre o del esposo, se contrapone hoy a la mujer con autonomía para decidir sobre su vida, que ha permitido su ingreso en el mercado laboral. La pulsión de dominio, la lógica del propietario propia de lo masculino, choca con algo de lo femenino que por estructura no entra en dicha lógica, angustiosa incertidumbre que muchos hombres no pueden tolerar que atinan al día de hoy a sacar a relucir los viejos patrones de macho y muestran sus garras feroces para volverlas a enjaular. En este punto, es interesante la resonancia con Caperucita y el lobo que plantea la obra, signo de lo siniestro, pues es precisamente lo familiar, el esposo, la ex-pareja, lo que se vuelve extraño en los casos de femicidio.
Con una puesta austera, donde el simbolismo de la voz amordazada quizás podría haberse explotado mucho más, y una sólida interpretación protagónica, Felicitas o las niñas mudas cobra particular relevancia y resonancia en el contexto actual de desmantelamiento de los programas de protección hacia la mujer víctima de la violencia machista y frente al desprestigio de la figura jurídica del femicidio.
Calificación: Buena.

Ficha técnico-artística.
Dirección: Roberto Vallejos
Dramaturgia: Adriana Tursi
Actuación: Agustina Peres
Vestuario: Alejandro Mateo
Escenografía: Alejandro Mateo
Iluminación: Ricardo Sica
Música: Rony Keselman
Comunicación y prensa: Mutuverría PR
Duración: 45 minutos

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