Drácula, una historia de amor, de Luc Besson.

Por Carla Leonardi.

La nueva Drácula (2025), dirigida por el realizador francés Luc Besson, nace del anhelo del director por volver a trabajar con Caleb Landry Jones —tras su colaboración en Dogman (2023)— y proporcionarle un personaje a la altura de sus posibilidades actorales. Así, se decidió por el clásico de Drácula. De aquí queda claro que la inspiración no es, como en el caso de Eggers con Nosferatu (2024), su devoción por el género de terror o el expresionismo alemán, sino por un actor que comienza a funcionar como una suerte de colaborador fetiche.

La película se inscribe en el marco del cine mainstream, cuenta con un alto presupuesto dentro del cine francés y se inspira en la novela de Bram Stoker (publicada en 1897). Al tratarse de un clásico con múltiples versiones, es lógico que Besson se tome la licencia de apropiarse del original para reinventarlo, imprimiéndole su estilo y su visión del mundo.

Al llevar al Conde Drácula al corazón de Francia, París, la ciudad asociada al amor, la moda y el arte, el monstruo vampírico y oscuro del gótico inglés evoluciona. Besson explota principalmente la faceta romántica del conde —influida por el romanticismo alemán, que ya estaba en la versión de Coppola— y, además, lo convierte en una especie de dandy. Se nos presenta como un hombre de gustos refinados pero clásicos que, en ese sentido, se distingue y a la vez provoca a la sociedad de su tiempo, más afincada en el barroquismo y la ostentación banal de la ascendente burguesía en las cortes europeas.

Esto se plasma muy bien en una secuencia episódica donde se muestra el recorrido del protagonista por dichas cortes hasta llegar al palacio de Versalles. Allí, con el fin de reencontrar a su amada, intenta seducir a las mujeres con un perfume afrodisíaco obtenido en Italia. La banalidad de la burguesía cae a sus pies bajo el efecto hipnótico de la fragancia, quedando sus miembros ridiculizados al carecer de la dimensión sublime de la belleza.

En cuanto a la dimensión romántica del personaje, el director proporciona un contexto histórico que lo humaniza y permite al espectador comprender sus motivaciones. El conde Vlad (Caleb Landry Jones) está en pleno idilio con Elisabeta (Zoë Bleu) cuando, en contra de su voluntad, es enviado a una guerra sangrienta en nombre de Dios contra la invasión de los otomanos. Él preferiría permanecer junto a su amada. Como Eduardo II, se trata de un soberano más preocupado por la esfera íntima que por los asuntos de su reino. Su inconmensurable dolor e iracunda furia contra Dios por haberle quitado a su amada lo llevan a renegar de él. La maldición divina por su rechazo es la condena a la inmortalidad. Nace así el conde Drácula y se construye el motivo melodramático del amor que trasciende el tiempo, y de la imposible reunión entre los amantes, que lo deja errante durante 400 años en busca de la reencarnación de Elisabeta.

El giro argumental se da cuando el joven abogado Jonathan Harker (Ewens Abid) llega a su castillo para proponerle vender una propiedad que conserva en París, de interés para el Estado. Como en el original, la impertinencia de Jonathan al adentrarse en lo prohibido y descubrir que Vlad es un vampiro lo pone en peligro de muerte. Resulta interesante que, al pedirle un último deseo, este pida que le cuente su historia de amor. Con este movimiento, Besson resalta el placer que sentimos, como lectores o espectadores, al escuchar ficciones, incluso en momentos límite. El flashback consecuente repone la información sobre los años de errancia y desesperanza del conde. Finalmente, Jonathan se salva porque Drácula reconoce en su prometida, Mina (Zoë Bleu), a la amada de su pasado.

La cinta está ambientada en la Francia del siglo XIX, época de los hospicios que trataban a mujeres con crisis de histeria. En lugar del personaje de Renfield, tenemos a María (Matilda De Angelis), prometida del sobrino de la reina de Inglaterra, que colapsa en su boda al ver al cura. La sensibilidad del caso, al tratarse de la realeza, determina la intervención de un sacerdote estudioso de los demonios (Cristoph Waltz), homólogo del profesor Van Helsing, quien la diagnostica como vampiro más que como histérica. Este sacerdote está construido con las claves del detective del policial de enigma, buscando pruebas para dar con el asesino antes de que actúe, y con un toque de parodia que imprime un ligero humor. Lo que sigue es la conocida historia: el reencuentro entre Drácula y Mina, y el plan trazado por el cura, Jonathan y el prometido de María para clavarle una estaca en el corazón.

Haciendo eje en la dimensión romántica de la novela, y en contraposición a los «amores líquidos» y al belicismo de nuestra época, el Drácula de Besson apunta a recuperar la dimensión sagrada del amor, aquello que queda por fuera del utilitarismo y el colonialismo.

Por otra parte, la película plantea que no hay reencuentro posible con el objeto de amor perdido, porque todo reencuentro es fundamentalmente diferente. Mina conserva ciertos rasgos de Elisabeta, pero es hija de otro tiempo. Si Drácula la vampiriza, comete un acto de puro egoísmo al negarle la posibilidad de morir, por más que ella se lo pida. En cambio, concebir el reencuentro como una oportunidad para despedirse de la amada es un verdadero acto de amor, pues no hay amor que no involucre la pérdida. Será esta aceptación lo que deshaga la maldición y le permita a Drácula, finalmente, morir para reunirse con su amada en la otra vida.

Para Mina, el encuentro con Drácula significa descubrirse a sí misma como mujer deseante y hallar un amor que involucra pasión y goce, más allá de la mera conveniencia económica. De ahí que no se augure un final feliz entre ella y Jonathan.

Quienes pretendan solemnidad o una estética refinada desde lo visual, probablemente se sientan decepcionados. Está claro que Besson hizo lo que quiso: eliminar el aspecto gótico para centrarse en un romance realista en un contexto belicista, con la motivación de que Caleb Landry Jones pudiera lucirse. Y lo logra, pues el actor aporta exotismo, elegancia y solvencia dramática a este «cuento de amor», como bien reza el subtítulo que delata su lectura del clásico.

Con su Drácula, Luc Besson consigue combinar el entretenimiento de una producción comercial, técnicamente lograda y con buenas interpretaciones, con una relectura actual del clásico donde expresa su visión humanista de los personajes solitarios. Si el asesino a sueldo Léon (Jean Reno) podía construir un tierno lazo paternal con Mathilda (Natalie Portman), en el mundo de Besson, Drácula, más que un monstruo temible, es un hombre en pena y profundamente enamorado.

Probablemente el bessoniano no sea el mejor de los Drácula, pero de lo que no hay duda es de que es su Drácula. Y animarse a traicionar el original para ser fiel a un estilo propio, aunque no lo parezca, no es poca cosa.

BUENA

FICHA TÉCNICA
“DRÁCULA”
Título original:
 “Dracula: A Love Tale”

Fecha de estreno: 14 de agosto

Director: Luc Besson

Reparto: Christoph Waltz, Caleb Landry Jones, Matilda De Angelis

Género: Fantasía, Horror, Romance
Distribuye: BF Paris 
Basada en: la novela Drácula de Bram Stoker



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