Por Fabio Albornoz.
Edgar Wright es, dentro de la industria, uno de los narradores más hábiles de los últimos veinte años, y no se descubre nada con esta afirmación. Su estilo ultra pop, el ritmo frenético, la cualidad memorable de los personajes, los inolvidables soundtracks, y un largo etcétera, lo transforman en un gran creador de universos.
Algunos afirman que las películas de Wright son pura cascara, bellas por fuera y poco más, pero esto no es así. Sus films son una coctelera símil al cine de Quentin Tarantino. Edgar Wright constituye sus historias de todo aquello que le gusta y ha formado su vida (canciones, películas, tipos de montaje). Son tejidos narrativos tan ficcionales como personales. En cada película, Wright nos dice quién es y qué le gusta. Ahí reside el corazón de toda gran obra.
Su debut en 2004, “Shaun of the Dead” (ya obra de culto), dejaba a la vista una idea narrativa que persigue hasta el día de hoy de manera coherente. Pero no solo eso, sino que también se explicitaba la fascinación por el terror, género que fue bordeando en “Hot Fuzz”, y que se materializa en el falso tráiler “Don’t” (2007), perteneciente al proyecto Grindhouse del propio Tarantino y Robert Rodríguez.
Ahora bien, finalmente, tras tantos amagues, su largometraje ficcional número 6°, “Last Night in Soho”, se la juega de lleno en el terror. Aquí ya no hay lugar para la comedia (tan asociada a la filmografía de Wright), y eso, a priori, podría despertar una serie de dudas.
La historia gira en torno a una joven estudiante de moda que se muda a Londres para asistir a una academia. Pero su estadía comienza a complicarse cuando a través de sus sueños, es capaz de trasladarse a los años 60’s, una época que detrás del glamour, esconde episodios oscuros.
Si tomáramos como modelo a “Once Upon a Time in Hollywood”, un film que establecía, con una mirada brillosa y fascinada, la radiografía de una época en Los Ángeles, Edgar Wright hace lo inverso, observa el Londres de la década bajo un punto de vista cada vez más oscuro. Esto es un ejercicio absolutamente fascinante. Wright desmonta las concepciones que se tienen acerca del pasado y de Londres. Primero, lo muestra desde el encantamiento. Las luces y glamour ciegan a esta joven estudiante (amante de toda la cultura de antaño), pero después, en la mirada atenta, aparecen los puntos oscuros, aquello que queda afuera de los libros de historia, lo tapado. Los crímenes y la explotación sexual.
Tiene sentido que Edgar Wright parta desde el presente. Esta joven inocente (excelentemente interpretada por Thomasin McKenzie) viaja a la ciudad, para encontrarse con la envidia y los egos del mundillo de la moda, pero también con un machismo implícito, ilustrado en la primera escena del arribo de la protagonista a Londres.Wright conecta los sesenta con la actualidad para abordar esta problemática.
Por supuesto, en este viaje temporal, el cineasta aprovecha para hacer uso de un soundtrack sublime en el que las letras de cada hit son absolutamente funcionales con la densidad dramática de lo que se cuenta.
“Last Night in Soho” es una operística de terror. Una película musicalizada en gran parte pero que nunca se siente cargada. Hay una idea casi de musical que persigue al film (más allá de los momentos de baile). La cámara se desplaza en la puesta en escena a través de unas complejas y precisas coreografías de movimientos, que todo el tiempo acompañan a los personajes. Se genera un sentido rítmico notable, embelesado por cada corte.
El cineasta británico nunca repite al montajista de sus películas, porque hay un sentido del corte que es muy preciso, casi natural. Evidentemente Wright tiene un mecanismo que se replica en las seis películas. Los cortes son rigurosos y justos (nunca tarde, nunca antes), pero en “Last Night in Soho” se explicitan más por la complejidad en la que se sumerge la narración.
Hay dos líneas temporales que se unifican a través del sueño, y luego, en la vida despierta (como la define S. Freud). La ensoñación es un terreno interesante, porque da margen para una enorme libertad visual, y el DF surcoreano, Chung Chung-hoon (habitual en el cine de Park Chan-wook) lo exprime al máximo con una explosión de colores y estilización, que se contrasta con un presente opaco, donde pareciera que Londres no es lo que era.
Thomasin McKenzie ofrece grandes matices en su actuación. De la fragilidad inicial, a la admiración por ese misterioso personaje del pasado (interpretado por Anya Taylor-Joy) que la conduce a un extraordinario juego de dobles, y, por ende, a una mutación en su personalidad.
El único momento en el que Edgar Wright parece perder las riendas del relato es en su último acto, cuando ambas líneas se entremezclan en el presente. A “Last Night in Soho” parecen brotarle varias películas en una que atentan contra el estilo que se construye durante la película. Puede ser que algunos amantes del género festejen, pero la resolución se empasta en una reiteración de giros poco efectivos y atolondrados, que contrastan con el sentido narrativo que Wright plantea desde su inicio.
No obstante, al margen de esa apreciación, “Last Night in Soho” es una muy buena película. Edgar Wright da un salto firme (y deseado) hacia el terror, mostrando una madurez absoluta como director. Uno de los puntos más altos de su filmografía.
Opinión: Muy buena.
Ficha técnica
Dirigida por:
Edgar WrightElenco:
Anya Taylor-Joy, Thomasin Harcourt McKenzie, Matt Smith, Terence Stamp, Diana Rigg, Rita Tushingham, Michael Ajao, Synnøve KarlsenTítulo Original:
Last Night In Soho
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