«Flores muertas», de Natalia Villamil.
Por Carla Leonardi (@carla.leonardi1)
La dimensión conflictiva y dolorosa de la maternidad es una temática que insiste en la obra de la dramaturga y directora argentina Natalia Villamil. La misma la ha abordado desde distintas perspectivas: el duelo en Rota, el aborto ilegal en Clandestina y desde distintos géneros, como el realismo psicológico o el drama socio-familiar en entornos marginales, como si se tratara de las variantes de un prisma o de un caleidoscopio, donde despunta la marca de su autoría.
Flores muertas, su última propuesta teatral, no es la excepción y aquí la maternidad está abordada con las claves del melodrama familiar con clara influencia del cine de Pedro Almodóvar, a quien le rinde homenaje. Pero, además, esta obra significa una apuesta más ambiciosa, pues Villamil abandona el registro del monólogo unipersonal para pasar a la complejidad de un elenco variopinto de personajes de una familia. Como todas, ésta que se nos presenta es infeliz, pero lo es a su manera: disfuncional y excéntrica, pero a la vez divertida y entrañable. Así, Villamil nos pone frente al espejo de tres hermanas de distintas edades que se reúnen en una casona de San Telmo, tras la inesperada muerte de su hermano Juan. Esta situación saca a relucir las tensiones entre ellas. Esperanza, la mayor, está medicada, pues no ha podido dejar atrás la infidelidad de su ex-esposo, que la ha dejado por una mujer más joven, y es totalmente dependiente de su hija Solange, que vive con ella como si fuese una empleada cama adentro, dispuesta a servirla. Nora, la del medio, se presenta como la mujer equilibrada y superada, pero se la ve muy interesada por los bienes materiales del hermano y también ha tenido un hombre con apariencia de macho, a quien se nombra como “Terminator”, que la ha dejado. Anna, la menor, regresa desde Barcelona y está rota por el desamor de un hombre que la violó y por la adicción a la cocaína como un intento de anestesiar esa herida interna, que no para de sangrar. La desconexión con su hijo que le trae el recuerdo de un crimen, más que de felicidad, se mezcla para ella, a la vez, con la añoranza del olor oxidado de su nacimiento, y la poca diferencia de edad entre ambos hace que se relacione con él como si se tratara de compinches de excesos, que rozan lo incestuoso.
La trama narrativa está muy bien estructurada funcionando las escenas entre Anna y Pedro como un prólogo, que cierra con el epílogo final de la carta de Pedro dirigida a su madre, mientras que en el desarrollo se intercalan las escenas entre hermanas, mediadas por reproches y malentendidos y las que cada una de ellas mantiene con sus hijos.

Villamil revela entonces, a través de la particularidad de cada una de estas hermanas, la ambivalencia que se juega en la relación madre-hij@, lo asfixiante que puede ser el amor de una madre, pero también lo distante cuando asumen su deseo femenino;,nunca a la altura del ideal de la buena madre. Su contracara es la dificultad de cada hij@ para lidiar con lo insoportable de lo femenino, no apaciguado por el amor de un hombre, en la madre. Román está siempre huyendo de esa madre de apariencia perfecta, con su bohemia extravagancia, sus ataques de ansiedad y la escritura. Solange trata de expulsar a esa madre que la parasita, vomitando reiteradamente. Pedro no puede soportar el dolor de existir e intenta terminar con su propia vida. En la precisión con que están delineados cada uno de los personajes, tanto en la dramaturgia como en la dirección, se percibe la influencia del paso de Villamil por la carrera de psicología y también su característica sensibilidad para pintar la complejidad humana, pues nunca cae en el juicio moral ni el didactismo.
De esta manera, a través de la puesta en escena propia del melodrama, con escenarios decadentes, el barroquismo de lo kitsch, la artificialidad de las interpretaciones exageradas en su sufrimiento y la música desgarradora, que no solo funciona como transición entre escenas, sino también narrativamente acompañando las emociones de los personajes, Villamil logra insuflarle poesía a esta familia rota y la convierte en bella y entrañable.
Cada uno de los integrantes puede leerse con la clave del título (que hace referencia a la corona fúnebre que han traído para el hermano muerto), como una flor muerta en su amargura de vivir, en su futuro desesperanzado. Pero una flor a punto de languidecer, también puede resistir. Así, Flores muertas es como los buenos melodramas, donde sabemos que esos amores que no pueden estar juntos, pero tampoco separados, nos van a hacer sufrir, y también como los buenos y amargos boleros que nos atraviesan el pecho, pero que, sin embargo, nos encantan. Porque más allá de las oscuras miserias de cada uno, siempre se encuentran también las perlas refulgentes de los sentidos abrazos.
Calificación: Muy buena.

Con Matilde Campilongo, Yanina Gruden, Aldana Illán, Sergio Mayorquin, Juan Tupac Soler y Liliana Weimer
Colaboración artística Manon Minetti
Composición y dirección musical Guadalupe Otheguy
Diseño de iluminación Matías Sendón
Diseño de vestuario Paola Delgado
Diseño de escenografía Rodrigo González Garillo
Asistencia de escenografía Julieta Muro Frangi
Producción TNC Silvia Oleksikiw
Asistencia de dirección TNC Esteban De Sandi
Escrita y dirigida por Natalia Villamil
Entradas: ALTERNATIVA TEATRAL

Deja un comentario